martes, 29 de octubre de 2013

Crónicas de un Pielroja (1)

Cigarrillos Pielroja
Iconos  nacionales: Colombia

... Y el indio ahí
Es un sobreviviente de aquellos tiempos en que pantorrillas y tobillos de las mujeres llevaban una década al descubierto y ponían a palpitar los corazones de los hombres a ritmo de charlestón. Colombia era aún una inmensa finca habitada por aparceros, pero en sus pequeños ciudades el atractivo de una persona podía ser medido por el estilo en que tomaba un cigarrillo entre sus dedos, su forma de aspirar el humo y la gracia exhibida al expeler las volutas de tabaco incinerado.

Aviso de prensa de los años 30
Eran los primeros patrones estéticos importados desde Hollywood, impuestos por ídolos  masivos como Gloria Swanson, Pola Negri y Rodolfo Valentino, quienes jamás sospecharon que hacia el final del siglo XX, debido al cáncer de pulmón, el enfisema y al EPOC (enfermedad pulmonar oclusiva crónica), los héroes cinematográficos aborrecerían el tabaco y los directores sólo pondrían cigarrillos en los labios de los villanos para hacerles aún más villanos. La tímida y tardía revolución industrial criolla le hacían falta aún diez años, incluido el 1929 del crac, para llegar a la revolución en marcha de López Pumarejo, pero una que otra chimenea se destacaba ya sobre los tejados de las ciudades como Bogotá, Barranquilla, Cali y Medellín, donde la joven Compañía Colombiana de Tabaco, resultado de la fusión de otra tabacaleras, se proyectaba hacia el futuro apoyada en sus productos, especialmente en uno aparecido en 1924 y que ha estado íntimamente ligado a la historia del país: el Piel Roja.
Aviso de prensa de finales de los años 40
Al principio su imagen estaba asociada con gente elegante y de buen gusto, personas que sabían disfrutar los tabacos turcos y de Kentucky con que se fabricaban antes de que las hojas santandereanas y de las sabanas de Bolívar probaran su competitividad. Era en suma, un producto dirigido a los colombianos que se preciaban de tener eso que llaman cachet. Adicionalmente su imagen se asoció con los movimientos de vanguardia de la época, particularmente con el nuevo concepto de la mujer productiva, de pelo y falda cortos y que, a riesgo de ser excomulgada por algún obispo, no podía asistir a la iglesia vestida a la usanza de la bailarina negra Josephine Baker, por ejemplo, cuyas maneras marcaron los locos años 20 con la misma fortaleza con la que Madonna imprimiría su huella en la moda y las costumbres sociales de finales del siglo XX.
Consecuentemente con la situación, Coltabaco encargó en 1923 la búsqueda de un nombre para su nuevo cigarrillo, y el diseño de la cajetilla correspondiente, a dibujantes de vanguardia: el caricaturista Ricardo Rendón presentó la imagen de un indio ataviado con un tocado y mostrando su perfil derecho, lo cual le valió el honor de ser el artífice de una de las  imágenes de mas recordación en la historia de la publicidad colombiana. El otro fue MAR (Miguel Ángel del Río), quien no sólo envió el mismo nombre sino que pintó al indio de cuerpo entero, a lomos de caballo. Ganó Rendón, pero el diseño de MAR sería empleado años después para dirigirlo hacia otro tipo de mercado. Durante un tiempo el Pielroja tuvo las dos presentaciones, aunque el perfil del indio terminó imponiéndose, no sin antes ser rediseñado por José Posada en los años cincuenta. Esa es la imagen que permanece hasta el presente, aunque la avalancha de publicidad de otras marcas ha desplazado al Pielroja de la memoria de la mayoría de los fumadores, o de eso que los expertos en mercadeo llaman top of mind (máxima recordación).

La cajetilla original de Rendón, de 1924, fue rediseñada después por José Posada Echeverri
Memoria de fumadores
No obstante aún hoy, ochenta años después de su aparición en el mercado existen fieles amantes del Rompepecho, llamado así porque quien haya fumado un Pielroja conoce que la sensación del humo invadiendo los pulmones se asemeja a la producida por las garras de un gato que se niega a dejarse resbalar por la garganta del fumador. Una vez pasado ese mal momento que también puede describirse como un hachazo en el esternón, apenas unos pocos permanecen fieles al Tiraflechas, como lo debió bautizar algún fumador de Marlboro para mostrarse despectivo recordándole su condición de indio.
Durante generaciones, la cofradía pielrojera se ha visto obligada a ignorar los comentarios desfavorables hacia el pitillo que soporta en sus dedos de uñas amarillentas. Cualquier veterano catador de tabacos cerreros sabe que, después de todo, el veneno que inhala es pura hoja de Nicotiana, sustancia altamente adictiva, pero al menos desprovisto de filtros de carbono y químicos que en teoría reducen el trauma de la irrupción de humo en el cuerpo, aunque apenas sí pueden reemplazar al gato por la sensación de tragar una servilleta de papel.
Las actitudes despectivas hacia el Picha´ecaimán, como le dicen en algunas zonas de la costa Caribe, datan de los años 40 y coinciden con la irrupción de Lucky Strike, Camel, Chesterfield y Kool, que convirtieron sus nombres ingleses en anzuelos para esnobistas. Entonces, lo que se estilaba eran los filtros y a partir de allí empezó a ser relegado el Pielroja: las miradas discriminatorias provenientes de las mesas vecinas, donde los comensales se congregaban alrededor de un cenicero... con colillas filtradas. Eso, antes de la prohibición para fumar en los restaurantes. No obstante, los pielrojeros de las últimas décadas, la mayoría ignorantes de que antaño su gusto por el Rompepecho era considerado sinónimo de pertenecer a una elite, no han podido emprender una cruzada contra la discriminación, pues han estado bastante ocupados tratando de encontrar las cada vez menos visibles cajetillas blancas de dieciocho tubitos alargados y algo aplastados por causa del apretujamiento sufrido en el contenedor.
No es fácil conseguir Pielrojas. como toda etnia que se respete, se encuentra cada vez más arrinconada. Quienes buscan un paquete saben que si se encaminan hacia un puesto callejero de dulces, cigarrillos y tarjeta telefónicas, tienen el 99.9 por ciento de posibilidades de no encontrarlo allí. Una rápida mirada sobre la vitrina ambulante solo sirve para comprobar que se encuentra irisada por cajetillas con todas las  gamas del rojo, el verde y el azul, mientras la vendedora, al tiempo que acomoda su trasero sobre una butaca, como corresponde a toda reina de la acera, espeta: " No señor. Hay marboro, ken, grin, mungstan..."-Sí, como lo reconoce el presidente de Coltabaco, Darío Munera, el Pielroja ya no es el producto estrella de otrora y no es el que más vende, ni siquiera en el campo, donde su humilde condición es menos notoria. Múnera, quien deja su cargo tras la compra de Coltabaco por parte de Phillip Morris, aún recuerda una huelga de los obreros de la empresa que, al prolongarse en el tiempo, produjo tal desabastecimiento que en los cafés del centro de Medellín el Pielroja llegó a cobrarse no por paquete, y ni siquiera por unidad, sino por fumada.
Hoy, la ruta correcta para conseguirlos en las ciudades pasa por las tiendas de barrio bien surtidas, ojalá bien cercanas a las zonas de rumba, donde tenderos memoriosos expenden un paquete por $1.000, cuando no le da a algún viejo zorro por subir el precio $100 y hasta $200, apostando con cartas marcadas: o el comprador es un conocedor del verdadero placer de fumar, o se trata de alguien que va a utilizarlos para fumar marihuana. En cualquier caso, la necesidad compulsiva de ese comprador le impide regatear por una moneda.

Aviso de Pielroja en los mares, de 1965

Manes de las  adicciones, el fumador de Pielroja no sólo soporta el estigma posmoderno de ser esclavo de la nicotina, sino que no debe extrañarse si encima le chantan el calificativo de marihuanero. "Dame una marihuana de esas viejo, que hace rato no me fumo uno", es el pedido más dulce que pueda recibir un pielrojero. Dulce con el dulzor de la revancha, especialmente si el pedido proviene de un consumidor de productos contenidos en cajetillas de cartón rígido, quien por un momento olvida que de ese modo está ingresando a una minoría estigmatizada por las convenciones sociales, como suele suceder con todas las minorías. Y si se trata de aquella relacionada por las drogas, pues peor; porque a estas alturas ya está claro para la imaginería popular que quien fuma Pielroja, sino es marihuanero, "debe haberse metido uno que otro bareto". No se trata de un prejuicio gratuito. De hecho, y desde los años sesenta, el papel del Pielroja ha servido, como ocurre con el de las biblias y misales, para enrollar canabis, el famoso "cuerito". Todavía algún trasnochado hippie que dejó sus sueños y anhelos en inmediaciones del parque de la Calle 60, en Bogotá, recuerda que a principios de los años setenta al papel del cigarrillo criollo empleado en menesteres non sanctos se le denominaba "cuero Pastrana", en un verbal intento de vengarse del gobierno que ordenó las primeras redadas policiales en busca de narcóticos.
El moderno fumador de Pielroja ha conseguido superar ese y otros prejuicios que con o sin razón se han interpuesto ente su cerebro ansioso y el achatado pitillo made in Colombia. Y lo ha logrado sin recurrir a ninguna formula especial, sin aspavientos, de la misma forma en que en su tiempo lo hicieran los pánidas, Eduardo Caballero Calderón, León de Greiff cuando le abandonaba la flema requerida para cargar su pipa, Alejandro Obregón, Gabriel García Márquez, quien en alguna entrevista confesó fumar dos paquetes diarios antes de renunciar al vicio, de la misma forma en que  las siguientes generaciones de catadores. Con semejantes antecedentes, el Pielroja quedó asimilado al trasnochador mundo de  los intelectuales. El cantautor santandereano Pablus Gallinazo, cercano a los nadaistas y actual consumidor de Marlboro, comenzó a fumar Rompepecho "desde que la cajetilla era de colores. Había que fumar de esos porque todos los demás eran pa´señoras. Él pertenece a la misma generación del director de cine Lisandro Duque que lo consumió entre los 18 y los 30 años de edad, sobre todo por razones de bolsillo. Después se pasó al Imperial, que define como "el Marlboro de los policías", y finalmente dio un salto dialéctico hacia el Marlboro, que consume actualmente. Un poco más acá en la línea generacional están Andrés Jaramillo (Carne de Res) y su hermano Esteban, el galerista, que permanecen fieles a la marca, y Roberto Pombo, editor general de El Tiempo que alguna vez escribiera una defensa del Pielroja y quien, aunque ya no fuma, conserva claras las motivaciones generacionales y gustativas que han hecho de los pitillos achatados de tabaco negro poco menos que una leyenda: "Para cierta cofradía de fumadores serios, entre los que yo me encontraba, fumar cigarrillos con filtro equivalía casi a ser marica. Para un estudiante universitario de ruana, barba y mochila, como yo, tener un Pielroja entre los labios (sin humedecerlo con la saliva, claro) hacía parte de los ingredientes que componían el empaque correcto en materia intelectual, de vicio y de actitud ante la vida. Fumar Marlboro en el Goce Pagano de la 24 con 13A? ¡Por Dios! Fumar Pall Mall o True en una discusión sobre el 18 Brumario de Luis Bonaparte? Herejía! Además, debo confesar que es el cigarrillo más sabroso que he fumado en mi vida.


El nacionalismo ha sido un constante recurso publicitario
Crónica de Rafael Baena, Revista Credencial, 2004


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